Oración y Evangelio 20251201
OREMOS
El Señor es quien te cuida, es tu sombra protectora.
SALMOS 121:5
SEÑOR JESÚS
Hoy como el centurión, te presento mis luchas y las de los que amo. Esas ‘parálisis’ del día a día que nos quitan la paz: el estrés, las preocupaciones, las heridas. Yo también me siento indigno, pero hoy creo con fe sencilla que tu palabra tiene poder para sanar y restaurar desde donde estoy. Una sola palabra tuya basta.
Jesús, aumenta mi fe. Que no necesite señales espectaculares, sino confiar, como aquel soldado, en el poder de tu voluntad amorosa. Que en mi trabajo, mis quehaceres y mis relaciones, tu palabra mande en mi corazón, y yo obedezca con la misma prontitud. Que tu autoridad sane mi vida y me lleve a sentarme a tu mesa en el Reino.
AMÉN.
EvDH:”Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole":
"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".
Pero el centurión respondió:
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.”
La sorpresa de todos, incluyendo al mismo Centurión, debe de haber sido total.
Pues el hecho de entrar como judío a la casa de un soldado romano, de uno de los conquistadores, no era cosa bien vista. Era un sacrilegio para con la fe y el pueblo. Por eso, aunque se lee rápido, la decisión que toma Jesús en voz alta, es totalmente inesperada.
De ahí la inmediata reacción del Centurión y su aterrizaje de explicación al respecto desde el punto de vista de la autoridad.
Si Jesús no podía entrar a la casa de un centurión, el centurión no podía permitir que la mayor autoridad de todas entrara a su casa así no más.
Pero éste, entrenado en el tema de la autoridad, sabe reconocer a Quién tiene enfrente de él. Y sabiendo como funciona el tema de la fe, le pide a Jesús que diga, que con una palabra suya su siervo curará.
Un acto de caridad, deja a la luz una acción de Fe. Al punto que Jesús declara (lo que es igual de sorprendente) que no ha encontrado a nadie con tanta fe en Israel, ¡refiriéndose a un romano!
Nadie de los espectadores en ese momento pensaría que siglos después esa exclamación se diría en el momento más intenso de la Celebración Eucarística.
Y hoy, con la ayuda del Espíritu Santo la decimos… “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”
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