20220911
Sana a los de corazón dolido y venda sus heridas.
SALMOS 147:3
EvDH:”El hijo mayor estaba en el campo…
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.
Pareciera que no, pero a la hora de las humanidades, es más fácil condenar que compartir la Salvación.
Es más fácil juzgar y decir “éste come con pecadores”, que poder alegrarse porque “los pecadores comen con Él”.
Corremos el serio peligro de ser el hijo mayor de esta historia, y caer en el juego del mérito, del merecer, del pasar factura por nuestra fidelidad. Del estar pero no disfrutar, de la membresía, pero no de la fiesta.
Cierto es que el hijo menor es el más famoso y mentado de esta historia, pero al principio, cuando Jesús comienza a contarla dice: “Un hombre tenía dos hijos”.
Y los dos comenten el mismo error, desperdician el Amor del Padre.
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a agradecer y celebrar nuestra Salvación, así mismo que nos enseñe a ser parte de la fiesta de los hermanos que se habían perdido y han sido encontrados.
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